14 de abril de 2013

The Host (La huésped): división alma-cuerpo entre romances cruzados. (Andrew Niccol, 2013)


De nuevo, una película marcada por un pasado, por una influencia, por una losa pesada que no le ha dejado avanzar. The Host (La huésped) se nos presentaba como la nueva “Crepúsculo”, en un intento más de alargar la saga más rentable de los últimos años. Tanto se ha acercado a ese universo crepuscular que, confieso, parecía que el espectador volvería a reencontrarse (con gusto o con disgusto) con Bella y Edward en su sosa relación adolescente. Nada de eso ha resultado al final, lo cual, sin duda, es de agradecer.

10 de abril de 2013

El último cuplé: la representación del pecado (Juan de Orduña, 1957)

Hago un hueco hoy para rendir mi pequeño homenaje a Sara Montiel, que nos ha dejado repentinamente esta semana, pero no así su legado cinematográfico. Abriré mi espacio a su más importante film, El último cuplé, donde la trascendencia de su imagen y su vinculación con la transgresión y el pecado, ha dejado huella en su iconografía y, cómo no, en su indomable carácter.


A pesar del tiempo transcurrido y los importantes cambios sociales que, afortunadamente, ha vivido la sociedad española en los últimos cincuenta años, El último cuplé se sigue viendo con agrado si uno deja de lado su mensaje moralizante y conservador muy propio de su época. Hay que destacar el hecho de que, en su momento, fue más trasgresor de lo que hoy nos puede parecer y que rompió una tendencia al folklorismo que empezaba a pesar incluso entre el público español.

Me detendré pues en esos aspectos novedosos y a la vez fuertemente atados entre la madeja de lo convencional, para resaltar la importancia que tuvo esta película en la sociedad española de finales de los cincuenta. Un dato relevante: El último cuplé estuvo un año exhibiéndose en los cines y fue un éxito absoluto, del que hoy nos queda una imagen de Sara Montiel imposible de olvidar. Su aportación al imaginario popular nos acerca a la cupletista sensual y de un erotismo exuberante que lleva a los hombres a la perdición.


Pero ¿por qué alcanzó tanto éxito? ¿Qué traía de nuevo una película basada en canciones populares? Pues precisamente eso: la popularidad de su música y la representación del lirismo del cuplé y de formas musicales más tradicionales. Hasta ese momento, el cine español ofrecía básicamente películas folklóricas y muchos clichés. Juan de Orduña, con El último cuplé, vino a desligarse del andalucismo folclórico para acercarse al lirismo del cuplé. 
La película intenta poner en escena la propia representación del cuplé. Es decir: desde el principio deja claro que es representación, cine, y el melodrama que nos cuenta va ligado a la nostalgia y el sentimentalismo propio de este género musical. Sería algo así como narrar una película a ritmo de cuplé.

La historia de este film-canción nos acerca a una mujer, María, que a pesar de su lucha interna por comportarse como “debe”, acaba haciendo lo que “no debe”. Su deseo más profundo la empuja al éxito, a los escenarios, a ser alabada y elogiada por el público, lo que la lleva a dejar a su novio y convertirse en una cantante de renombre. El ascenso social conlleva un camino de trasgresión que la aleja de sus orígenes y de su integridad moral. Pero no es algo que ella no haya podido evitar: la puesta en escena del film nos subraya su culpabilidad, y por eso vemos a una Sara Montiel tan hermosa, tan sensual, y con unos trajes y un maquillaje tan sumamente ostentoso. Es decir: su personaje sabía lo que hacía. Belleza y perversión se dan de la mano y si, además, se trata de una mujer, estamos ante el pecado en sí mismo.


De esta forma, María camina hacia la inmoralidad a través del creciente éxito que adquiere dentro y fuera de nuestro país. Triunfa en América y cuando regresa es “otra”: más perversa y maligna, es decir, más guapa y atractiva. Y fumando (otra trasgresión más) recostada sobre un diván, para atraer la mirada de cualquier hombre y llevarlo a la perdición. Una manera sutil de poner en escena el erotismo inherente a la mujer deseada, con algún problemilla con la censura, pero nimio, en comparación con el legado que esta secuencia ha dejado en todos los españoles.

Otra forma llamativa de esquivar la censura y poner en escena el pecado la encontramos en el momento en que María atrae hacia ella a José, un joven torero que tiene novia y que acaba rendido a los pies de la cupletista. Se trata de la escena del patio andaluz, donde hay una cruz de mayo, testigo (religioso) del adulterio que estamos a punto de constatar. María y José se miran de forma insinuante y la cámara no deja ver más, salvo esa cruz a cuyos pies se produce una unión no tan mística como debería… Vemos pues otra forma de escenificar el pecado (la relación sexual ilícita) que la propia María ha propiciado (recordemos que ella es mujer, artista, deslumbrante por su belleza y, por tanto, manipuladora).


Traspasar tanto los límites no puede traer nada bueno, y el film, como cualquier cuplé, realiza una mirada nostálgica al pasado (de hecho, la película es un flasback) para recordarle a María (y, a la postre, a nosotros, que nos identificamos con su mirada) que cualquier tiempo anterior fue mejor y que nuestros anhelos de cambio nos perjudicarán seriamente. A pesar de los pecados cometidos, existe el perdón para María, que acaba llorando sobre el escenario en una escena de un lirismo exultante y emotivo que acaba con su muerte. Baja el telón y se acaba la representación.



Juan de Orduña construyó así un film que aúna las diferentes formas de tradición musical española, para plasmar su evolución y ser tan conservador como el resto de la filmografía de la época. Sin embargo, intenta traspasar el límite de la moralidad, de acercarse a temas tabú como el sexo, el adulterio, el ascenso social o la libertad de la mujer. Es evidente que lo hace de forma sutil y sin sonrojos. Pero para los censores de la época ver a Sara Montiel fumando tuvo que traerles de cabeza porque ¿como explicarse lo que se siente viéndola así sin llegar a mostrarse el pecado? Algo se imaginaban y algo de censura hubo, pero nada ha podido con ella que, aunque se haya ido, su imagen seguirá tan despierta y tan viva como aquella María. Su personaje la ha acompañado en vida y, a pesar de que en el film la vemos caer desfallecida, todos sabemos que su espíritu pervivirá en la “saritísima” y que la trasgresión que representa, sin ser consciente su director (o siéndolo, quién sabe), no ha podido aún ser destruida. Por siempre, Sara.