12 de junio de 2012

The Artist: el poder hipnótico de la imagen (Michel Hazanavicius, 2011)


Quien haya visto la última película ganadora del Óscar al mejor film, recordará el silencio apabullante que había en la sala de proyección. No es que no suela haber silencio, sino que éste se manifestaba real mientras veíamos a los personajes reír, llorar, bailar, discutir… pero sin hablar.

 

Y es que si algo sorprende no es que sea una película muda y en blanco y negro, como la prensa se ha cansado de repetir para hartazgo nuestro, sino su capacidad para emocionar a través de la imagen y la música sin utilizar una sola palabra. La iniciativa de recuperar la forma de hacer cine de los primeros treinta años de esta industria le sale redonda a su director, puesto que no sólo nos recuerda cómo fue aquel momento histórico, con numerosos homenajes al mundo del cine, sino que nos transporta hasta allí para hacernos sentir lo mismo que entonces.

El cine de hoy no sería igual si no hubiera aprendido a expresarse sin hablar. El hecho de que no hubiera capacidad técnica para hacer las películas sonoras en aquellos primeros tiempos obligó a sus responsables a desarrollar el lenguaje fílmico, es decir, tuvieron que aprender a expresarse a través de las imágenes.

Gracias a esto, llega 115 años después una película como The Artist, y la entendemos sin necesidad de palabras. Y es que el cine tiene su poder en la imagen y en lo que es capaz de expresar con ellas, a lo que hoy sumamos lo diálogos y las bandas sonoras. Todo un compendio que bien manejado y elaborado da grandes frutos.


Vayamos al film. El problema que tiene George es que es un egocéntrico actor de cine mudo que no ha querido adaptarse al cine sonoro. Su negativa a hablar lo ha arrastrado al fracaso y al olvido del un público, ávido de oír hablar a las nuevas estrellas.

Su único amigo es un fiel perrito que tampoco necesita palabras para explicarse, el cual se convierte así en símbolo de ese cine mudo que no hablaba, simplemente, porque no podía. 

Sin embargo, George sí sabe hablar pero no quiere o no se ve capaz, como le ocurre en la escena del sueño, donde el sonido le rodea pero él no participa. George se aferra al pasado, a su perro, a sus películas, a todo aquello que le recuerda lo que fue, pero eso no le lleva más que al sufrimiento y le acerca cada vez más a la muerte. Mientras siga ligado a esos símbolos, no conseguirá nunca evolucionar y ser feliz.


Por esa razón, le vemos muchas veces solo, bebiendo, mirándose en espejos o en cristales de los cuales sólo queda su reflejo, la sombra de lo que fue. Aunque su propia sombra también lo abandona, como vemos en una escena en la que su silueta se recorta en la pantalla de proyección y sabemos entonces que ya no le queda nada. Ni la imagen de sí mismo.

Por otro lado, está Peppy, la joven actriz que alcanza el estrellato en el nuevo cine sonoro. Ella representa precisamente eso, la novedad, el cambio, la evolución… y lo que ella desea es que George participe de estos cambios también y que no caiga en el olvido. Quiere ayudarlo y recuperarlo, por lo que se convierte en metáfora del desarrollo histórico de un cine que se ha ido alimentando de sus progresos.

Punto culminante de la tragedia que vive George la vemos en el último tramo del film, donde la intensidad de la secuencia (la carrera de Peppy y la angustia de George) nos deja helados. Es el momento al que me refería al principio, aquel en el que el público no respira, la música cesa y caen las lágrimas. Todo está en silencio y sin embargo, la expresividad de las imágenes es absoluta. 

Tanto drama atrapa al espectador que no entiende por qué George no da el paso decisivo y deja su orgullo a un lado. Queremos que hable, pero ese placer no nos lo dará el director hasta que el propio personaje no tome esa decisión. Vamos con él como ha ido su perro. Pero obsérvese la última escena del baile, donde, por fin, el perrito no acompaña a George… Por fin, el pasado ha quedado a un lado para recibir al futuro.


Goce absoluto del espectador, The Artist ofrece lo que hace mucho tiempo no ofrecía el cine: disfrutar en la sala de proyección con la experiencia de verlo allí, de compartirlo con los demás. No sé si aún tendréis la oportunidad de hacerlo, pero si es así, no os lo perdáis: es el acontecimiento cinematográfico más importante (e hipnótico) de los últimos tiempos.

Aquí está mi escena favorita, donde podréis escuchar uno de los temas de su espectacular banda sonora, (Waltz for Peppy). También añado un enlace a otro de estos temas, ya muy popular (George Valentin). Para que lo sigáis disfrutando.


Tema George Valentin (Ludovic Bource)



2 comentarios:

  1. Disfruté viendo esta película, tanto que la volví a ver en el cine; y ahora leyendo esta entrada y recordándola, lo he vuelto a hacer. !Ánimo con el blog y sigue hablándonos de cine!

    ResponderEliminar
  2. Hola Rosana,
    Impresionante Blog!!!!!!!
    Lo mío es un sencillo “diario de a bordo” por si algún día pierdo la memoria.
    Quizás mi problema con “The Artist” fue el orden. Primero quede petrificado con el poder de la imagen viendo al Señor Gosling en “Drive” algo sobrenatural, como se puede contar tanto solo con un rostro. Más tarde quise ser Hugo Cabret, en aquella estación de Paris en “La invención de Hugo” un cuento magnifico de Scorsese. The Artist llegó al final, excelente, pero…

    Un lujo tu BLOG, no lo dejes.
    Besos.
    C.

    ResponderEliminar