En un futuro no muy lejano, la sociedad vive aislada de los libros. Están
prohibidos y el Estado persigue a aquellos que todavía leen y confisca libros
que después quema ante la atenta mirada de los ciudadanos domesticados. Con
este punto de partida, François Truffaut lleva a la pantalla la novela de Ray
Bradbury sobre un mundo sin libros, y pone en escena los serios contrastes que
se darían en una sociedad que no tuviera
acceso al conocimiento y al pensamiento. ¿Resulta tan inquietante?
¿Podríamos vivir así?
Marcada por las dificultades en su rodaje, la película del director
francés se ha convertido con el paso del tiempo en un clásico del cine de
ciencia ficción. Sin embargo, no encontraremos en ella los grandes despliegues
de efectos especiales ni productos de alta tecnología aún no inventados. Todo
lo contrario. Lo que menos se acerca a la ciencia ficción es precisamente lo
cotidiano, mientras que la posibilidad
de quedarnos sin libros es lo verdaderamente ficticio y, a la vez, turbador.
François Truffaut, que tuvo que lidiar con el desconocimiento del
idioma, sólo podía comunicarse de forma directa con un puñado de personas del
equipo que conocía el francés (entre ellos, los actores principales, Julie
Christie y Oskar Werner). A pesar de ello, el film funciona a la perfección en
cuanto a la puesta en escena de los
contrastes y las oposiciones entre los que leen y los que no, a través de
colores, escenografía y personajes.
La historia narra la transformación de un bombero, Montang, encargado
de quemar libros que, una vez se inicia en la lectura impulsado por una joven
maestra, descubre lo maligno que se esconde detrás de esa destrucción. Por otro
lado, el protagonista se ve atrapado entre dos mujeres: su mujer y su nueva
amiga, quienes en el film están interpretados por la misma persona (Julie
Christie).
Truffaut, al elegir a la misma actriz, pone en evidencia el hecho de
que leer nos convertiría en mejores
personas. Es decir, la esposa del protagonista, Linda, habla sin parar de
asuntos superfluos. Vive enganchada a la televisión y no siente pasión ni
entrega ante el posible ascenso de su marido. Le trae sin cuidado. Su
superficialidad le hace sentir miedo ante su marido cuando descubre que se está
transformando en un “antisocial”.
Sin embargo, su amiga Clarisse y después el propio Montang, tienen
sentimientos más profundos, se miran a los ojos, comparten penas y alegrías.
Así lo vemos en la escena de la escuela, cuando Clarisse se siente marginada y
Montang la consuela.
Los ciudadanos que viven de espaldas a los libros habitan en casas
sospechosamente iguales que parecen celdas de una colmena. Modernas, pero todas
con antenas de televisión. Llaman poderosamente la atención los utensilios que
hay en el hogar de Montang. No son nada futuristas, sino más bien, objetos simples e incluso antiguos,
como los teléfonos. Por ejemplo, en una escena su mujer le regala una navaja de
afeitar mientras tira a la basura la maquinilla eléctrica, alegando que ahora
se llevan mucho las navajas.
El buzón para denunciar a personas que leen también es de lo más
austero, pero destaca por su color de
fuego. El rojo es el único color vivo que vemos en el film. Lo encontramos
en el mundo de los bomberos y también en algunos momentos con hace contraste
con el gris de las paredes, de los parques... por ejemplo, cuando sale un coche
completamente rojo avisando a los ciudadanos que salgan a la calle.
Y es que en el fondo de la cuestión, Truffaut pone en escena el poder del estado para controlar a los
ciudadanos y evitar que piensen. Los libros te hacen libre y eso el
gobierno no lo puede consentir. Por eso, la película empieza con unos títulos de
créditos hablados, no escritos, mientras vemos antenas de televisión. Es decir,
son títulos emitidos, demostrando el poder de fascinación de la pantalla de
cara al espectador. A través de ese poder, y eliminando la lectura, el estado
puede controlar la mente de los individuos.
Por otro lado, no leer permite ser feliz, según los argumentos
estatales. A pesar de ello, vemos que Lisa, el paradigma de la felicidad
inconsciente, no deja de tomar píldoras y, sin embargo, se cree feliz porque el
estado le prohíbe leer y ya no tiene pasado. No se acuerda de cuándo conoció a
su marido. Aislados de recuerdos, los
ciudadanos olvidan sus sufrimientos al no
leer, pero también olvidan lo que
son las guerras, la violencia o el avance social, por lo que vuelven al uso
de utensilios del pasado (como la navaja de afeitar).
Sin libros, sin pasado, el individuo
nunca se hará así mismo, y vivirá controlado y dominado haciendo
exactamente lo que le dicen. Cuando Montang se libera de esa carga y se alía
con los hombres-libro (book-men), descubre que cada uno de ellos es feliz por
evocar a un libro, que cada libro es una vida y que cada vida es única,
individual. Truffaut consigue con la última escena reflejar esta idea de una
forma muy gráfica y emotiva: hombres y mujeres deambulan como espectros bajo la
nieve, recitando su libro y creciendo como individuos. Muestra así el contraste con la masa, aquella que sale
a buscar a los fugitivos porque un altavoz lo dice o que delata a sus
familiares porque está sometido por el miedo.
A pesar de las complicaciones, Truffaut cumple su cometido y narra
maravillosamente bien la historia de Ray Bradbury, interesante y sorprendente a
partes iguales. ¿No creéis que sería inquietante un mundo sin libros? No
imagino mi día a día sin un poco de lectura…
Aquí os dejo una de las escenas de la película, donde se conocen Montang y Clarisse. En ella se explica el significado de Fahrenheit 451 y los personajes reflexionan sobre el hecho de quemar libros. Espero que os guste.
http://www.youtube.com/watch?v=486LjfbxiBQ&noredirect=1
http://www.youtube.com/watch?v=486LjfbxiBQ&noredirect=1






muy interesante el tema de la pelicula y la reflexión que Truffaut hace en ella,me encanta.
ResponderEliminarHola, Patricio! Realmente es inquietante pensar que no tuviéramos libros. El final de la película es muy emotivo, sientes que sin libros no podrías ser tú mismo.
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