11 de octubre de 2012

Fahrenheit 451: sin libros no hay pasado, sin pasado no hay vida (François Truffaut, 1967)



En un futuro no muy lejano, la sociedad vive aislada de los libros. Están prohibidos y el Estado persigue a aquellos que todavía leen y confisca libros que después quema ante la atenta mirada de los ciudadanos domesticados. Con este punto de partida, François Truffaut lleva a la pantalla la novela de Ray Bradbury sobre un mundo sin libros, y pone en escena los serios contrastes que se darían en una sociedad que no tuviera acceso al conocimiento y al pensamiento. ¿Resulta tan inquietante? ¿Podríamos vivir así?

Marcada por las dificultades en su rodaje, la película del director francés se ha convertido con el paso del tiempo en un clásico del cine de ciencia ficción. Sin embargo, no encontraremos en ella los grandes despliegues de efectos especiales ni productos de alta tecnología aún no inventados. Todo lo contrario. Lo que menos se acerca a la ciencia ficción es precisamente lo cotidiano, mientras que la posibilidad de quedarnos sin libros es lo verdaderamente ficticio y, a la vez, turbador.

François Truffaut, que tuvo que lidiar con el desconocimiento del idioma, sólo podía comunicarse de forma directa con un puñado de personas del equipo que conocía el francés (entre ellos, los actores principales, Julie Christie y Oskar Werner). A pesar de ello, el film funciona a la perfección en cuanto a la puesta en escena de los contrastes y las oposiciones entre los que leen y los que no, a través de colores, escenografía y personajes.


La historia narra la transformación de un bombero, Montang, encargado de quemar libros que, una vez se inicia en la lectura impulsado por una joven maestra, descubre lo maligno que se esconde detrás de esa destrucción. Por otro lado, el protagonista se ve atrapado entre dos mujeres: su mujer y su nueva amiga, quienes en el film están interpretados por la misma persona (Julie Christie). 

Truffaut, al elegir a la misma actriz, pone en evidencia el hecho de que leer nos convertiría en mejores personas. Es decir, la esposa del protagonista, Linda, habla sin parar de asuntos superfluos. Vive enganchada a la televisión y no siente pasión ni entrega ante el posible ascenso de su marido. Le trae sin cuidado. Su superficialidad le hace sentir miedo ante su marido cuando descubre que se está transformando en un “antisocial”.


Sin embargo, su amiga Clarisse y después el propio Montang, tienen sentimientos más profundos, se miran a los ojos, comparten penas y alegrías. Así lo vemos en la escena de la escuela, cuando Clarisse se siente marginada y Montang la consuela.

Los ciudadanos que viven de espaldas a los libros habitan en casas sospechosamente iguales que parecen celdas de una colmena. Modernas, pero todas con antenas de televisión. Llaman poderosamente la atención los utensilios que hay en el hogar de Montang. No son nada futuristas, sino más bien, objetos simples e incluso antiguos, como los teléfonos. Por ejemplo, en una escena su mujer le regala una navaja de afeitar mientras tira a la basura la maquinilla eléctrica, alegando que ahora se llevan mucho las navajas. 


El buzón para denunciar a personas que leen también es de lo más austero, pero destaca por su color de fuego. El rojo es el único color vivo que vemos en el film. Lo encontramos en el mundo de los bomberos y también en algunos momentos con hace contraste con el gris de las paredes, de los parques... por ejemplo, cuando sale un coche completamente rojo avisando a los ciudadanos que salgan a la calle. 


Y es que en el fondo de la cuestión, Truffaut pone en escena el poder del estado para controlar a los ciudadanos y evitar que piensen. Los libros te hacen libre y eso el gobierno no lo puede consentir. Por eso, la película empieza con unos títulos de créditos hablados, no escritos, mientras vemos antenas de televisión. Es decir, son títulos emitidos, demostrando el poder de fascinación de la pantalla de cara al espectador. A través de ese poder, y eliminando la lectura, el estado puede controlar la mente de los individuos.

Por otro lado, no leer permite ser feliz, según los argumentos estatales. A pesar de ello, vemos que Lisa, el paradigma de la felicidad inconsciente, no deja de tomar píldoras y, sin embargo, se cree feliz porque el estado le prohíbe leer y ya no tiene pasado. No se acuerda de cuándo conoció a su marido. Aislados de recuerdos, los ciudadanos olvidan sus sufrimientos al no leer, pero también olvidan lo que son las guerras, la violencia o el avance social, por lo que vuelven al uso de utensilios del pasado (como la navaja de afeitar).
Sin libros, sin pasado, el individuo nunca se hará así mismo, y vivirá controlado y dominado haciendo exactamente lo que le dicen. Cuando Montang se libera de esa carga y se alía con los hombres-libro (book-men), descubre que cada uno de ellos es feliz por evocar a un libro, que cada libro es una vida y que cada vida es única, individual. Truffaut consigue con la última escena reflejar esta idea de una forma muy gráfica y emotiva: hombres y mujeres deambulan como espectros bajo la nieve, recitando su libro y creciendo como individuos. Muestra así el contraste con la masa, aquella que sale a buscar a los fugitivos porque un altavoz lo dice o que delata a sus familiares porque está sometido por el miedo. 

A pesar de las complicaciones, Truffaut cumple su cometido y narra maravillosamente bien la historia de Ray Bradbury, interesante y sorprendente a partes iguales. ¿No creéis que sería inquietante un mundo sin libros? No imagino mi día a día sin un poco de lectura…

Aquí os dejo una de las escenas de la película, donde se conocen Montang y Clarisse. En ella se explica el significado de Fahrenheit 451 y los personajes reflexionan sobre el hecho de quemar libros. Espero que os guste.

http://www.youtube.com/watch?v=486LjfbxiBQ&noredirect=1 

2 comentarios:

  1. muy interesante el tema de la pelicula y la reflexión que Truffaut hace en ella,me encanta.

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  2. Hola, Patricio! Realmente es inquietante pensar que no tuviéramos libros. El final de la película es muy emotivo, sientes que sin libros no podrías ser tú mismo.

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