7 de septiembre de 2012

2001: una odisea del espacio. La vida se alimenta de un monolito (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968)


Si hay un film que ha marcado al género de la ciencia-ficción, ese es sin duda el que nos ocupa. Teniendo en cuenta el año de su producción y observando sus espléndidos efectos especiales (por los que ganó un Óscar), uno se pregunta qué pensarían los espectadores que la vieran en su estreno. No sólo es un torrente de imágenes espectaculares y absorbentes, sino que también te arrastra a profundas reflexiones sobre la vida, la muerte y lo que hay más allá de ellas. Pero ¿es posible comprenderla en su totalidad? Sería demasiado ambicioso pretender hacerlo, ya que quizá solo Kubrick pudiera darnos esa respuesta.
 


De manera que, para no caer en conclusiones erróneas, intentaré ofrecer un análisis desde el punto de vista de la narración visual, es decir, aquello que uno como espectador puede ver y leer según su interpretación. Sobra decir que solo es un análisis, y que existirán miles de aportaciones al tema que tal vez sean más detalladas y acertadas. Me limitaré a un tímido acercamiento, con el pavor de no encontrar nada en mi camino. Este film me abruma por su cantidad de significantes y, por tanto, de significados.
 

Empecemos por el famoso monolito. Lo vemos al inicio, visitando a los primates, que una vez lo descubren aprenden a manejar un hueso como herramienta para destruir y dominar al semejante. El monolito les ha traído información, les ha convertido en “humanos”, para distinguirlos de los animales y controlar el mundo con sus inteligentes herramientas.

Ese hueso, al lanzarlo al aire, se funde con una nave espacial, uniendo los dos tiempos (el pasado y el futuro) y dándole una semejanza simbólica: los huesos de los primates ahora son naves espaciales. La evolución de los humanos los ha llevado al espacio. ¿Qué se encontrarán allí? Empieza entonces la particular odisea de los hombres en su búsqueda de vida extraterrestre, o lo que es lo mismo, en busca del origen de la vida humana.


 A partir de ese momento, la película deriva hacia su vertiente más entretenida, donde se desarrolla la trama. Los humanos han encontrado un monolito en la luna enterrado allí hace unos cuatro millones de años: ¿quién lo enterró? Unas ondas de radio lo unen con Júpiter y deciden enviar una tripulación especial a este planeta para descubrirlo. Sin embargo, es una misión de alto riesgo y todo está bajo secreto.

Kubrick maneja a la perfección la sensación de misterio y tensión con planos imposibles (¡¿cómo coloca la cámara?!), perfectamente medidos, simétricos, un ritmo lento y cadencioso, exasperante a veces para el espectador que quiere saber y saber pronto. La soledad de los tripulantes se pone de manifiesto en esos espacios estrechos, blancos, vacíos… mientras suena música clásica, siempre como antesala del caos, de la nada…


Visualmente, destacaría también el diseño de las naves, los trajes de astronauta (parecen gusanos, parásitos), la cápsula EVA… Todos tienen apariencia humana, como si te miraran con sus ojos perfectamente nivelados. Por ejemplo, la nave que viaja a Júpiter, podría parecer un gran espermatozoide tal vez en busca de su “óvulo”, donde engendrar un enorme bebé y dar origen de nuevo a la vida.

A mi entender, esa semejanza es un medio para provocar temor al espectador, ya que no hay nada que dé más miedo que un ser inanimado cobrando vida y, en este caso, refuerza la presencia de HAL 9000, el ordenador con inteligencia artificial que ataca a sus dueños: los humanos. La existencia de HAL es verdaderamente terrorífica y plantea la duda de nuestro poder sobre la creación: ¿podemos los humanos crear vida, aunque sea artificial? Hace cuatro millones de años un monolito (¿una divinidad?) nos dio el don para usar herramientas, pero no para darles vida, y eso se ha vuelto contra nosotros.


A pesar de todo, Dave (con el que nos identificamos dentro de esa escafandra asfixiante) desconecta a HAL, acaba con el mal y termina él mismo la misión. En esta escena, vemos como Dave saca una por una las piezas que dan vida al ordenador, y observamos la similitud entre estas y los monolitos, a modo de vértebras de una espina dorsal perfectamente alineada en el espacio. La película es esperanzadora porque aunque nos hayamos desviado del camino trazado, la vida sigue y vuelve a empezar. Uno nace y muere, y tras la muerte, volvemos a ver el monolito, origen de todo.

 
Un vaivén circular en torno a la vida y con la rica aportación al género de la ciencia ficción a nivel cinematográfico (aventura espacial, efectos especiales hipnóticos) que deja su huella en numerosos films, como, por ejemplo, la animada y tierna Wall-E, El árbol de la vida, o, más recientemente, Prometheus, que no esconde ni un ápice esta influencia.

Disfrutad, si no lo habéis hecho aún, de este perfecto vals interestelar de Kubrick y no olvidéis abrocharos el cinturón: el viaje se presenta tranquilo y pausado, pero las turbulencias se removerán por dentro de vuestro sistema nervioso. Para no olvidarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario