¿Puede una ciudad fascinarnos y, a la vez, alienarnos? Si le
profesamos tanto amor a esa ciudad, ¿seremos capaces de ver sus defectos? ¿La
veremos tan perfecta? Son algunas de las cuestiones que me he planteado tras
disfrutar de Manhattan, un poema agridulce de Woody Allen a Nueva York,
que deja posos melancólicos en nuestro interior y nos embriaga con sus imágenes.
La maestría del director determina un trabajo redondo a nivel visual y de
contenido, con un guión perfectamente hilvanado con la narración fílmica.
Manhattan representa la entrega total de Woody Allen a la
ciudad a través de una fotografía realmente bella (en blanco y negro), una
banda sonora profunda y muy evocadora y unos diálogos irónicos y mordaces que
nos acercan al malestar de numerosos personajes atrapados en sus calles.
Pero ¿cuál es el papel de la ciudad? ¿Cómo le
afecta al personaje principal? Isaac (Woddy Allen) es un guionista de
programas de televisión que él considera una basura; su mujer le ha abandonado
y encima tiene una relación sin futuro con una joven estudiante de 17 años. Su
vida no pasa por sus mejores momentos, hasta que conoce a la amante de su mejor
amigo, Mary (Diane Keaton) en la que ve la posibilidad de una relación seria.
Es el comienzo de una búsqueda de la felicidad y de un cambio sustancial en su
vida, a la que decide enderezar escribiendo un libro y entregándose a esa
mujer.
Sin embargo, la película no deja de enviarnos señales para advertirnos
de que esa búsqueda no será fácil, más
bien imposible. Por ejemplo, prácticamente todos los personajes mienten: su
amigo le miente a su mujer; la amante le miente a Isaac; la exmujer de Isaac
miente en su libro… Todos lo hacen excepto el propio Isaac y su joven amante
(Tracy), aún atada a la edad de la inocencia. Eso provoca que muchos de ellos
tengan psicoanalista (una constante en el cine de Allen) para intentar entender
qué narices pasa con sus vidas.
"Conocías mi pasado cuando te casaste conmigo""Ya lo sé, me lo dijo mi psicoanalista, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista"
Por otro lado, la fotografía en blanco y negro contribuye a resaltar
las luces y las sombras, de manera que se convierte en una metáfora de la propia ciudad, llena de momentos mágicos y, a la vez,
melancólicos. En numerosas escenas de amor, los amantes están en la
oscuridad completa, o iluminados por un débil lamparita. Predomina pues la
oscuridad en estos momentos que llena los planos de romanticismo y, a la vez,
de incertidumbre. Nada está claro en Manhattan, nadie tiene luz para ver su
camino y todos andan despistados.
Eso provoca una gran inquietud en Isaac porque él quiere ser alguien
íntegro, alguien que “cuando muera piensen bien de mí”. En la escena de la
discusión con su amigo Yale (Michael Murphy), ambos se enmarcan con el esqueleto de un primate en el centro de la imagen. Después, es el propio Isaac el que
se acerca a este esqueleto (que nos representa a todos) mientras sermonea a su
amigo sobre la integridad moral. Yale le dice que todos somos humanos, y
que se cree Dios por querer que todo sea perfecto. Isaac concluye que el sufrimiento ajeno nos es indiferente,
que hoy en día queremos vivir bien, lo que nos ha degradado y convertido en
esqueletos sin alma.
Todo lo que le ocurre a Isaac tiene la sencilla explicación que
encontramos precisamente al inicio del film. Y es que ¿por qué todo esto ocurre en Manhattan? Sencillamente,
porque es un espacio en el que se produce la “degradación de la sociedad
contemporánea”. Una ciudad encantadora, que te atrapa por su diversidad y su
cultura y que, sin embargo, se vuelve en contra de nosotros, nos deja solos y
sin referentes humanos. Un espacio en el que los humanos se corrompen y que
acaba haciéndote daño.
Mary (Diane Keaton) sería una metáfora de Manhattan: alguien bella e
inteligente, que te asombra por sus conocimientos y te enamora, pero que acaba
engañando a Isaac y traicionando su confianza. Mientras, la joven Tracy
simbolizaría ese Manhattan pasado, nostálgico, el que le gustaba a Woody Allen
donde todavía había humanidad a ritmo de jazz y de cine antiguo. “Él amaba
Nueva York” dice en el memorable inicio de la película, pero conforme avanza, ese amor parece transformarse en decepción.
“No quiero que te vayas, no quisiera que eso que tanto me gusta de ti cambiara”“Seis meses no es tanto, no todo el mundo se corrompe” “Has de tener fe en las personas”
Para terminar, os dejo la escena
inicial de la película, ya tan famosa y quizá de las mejores que existen.
Observad cómo se relaciona el texto con la imagen, y comprenderéis que evoca un amor tanto intelectual como físico,
una relación sexual que estalla con el amanecer y con esas siluetas de los
edificios erguidos en pleno éxtasis. Manhattan y Woody Allen, una relación
pasional al compás de una música suave pero intensa, de un jazz triste (Rhapsody in Blue de George Gershwin) pero
hermoso. ¿Puede una ciudad fascinarnos y a la vez ser imperfecta? Sí, se puede,
porque cuanto más hermosa la veas, cuanto más la personalices, más fácil te será
comprender lo que hay dentro de ella.




Un lujazo esta entrada! Gran película e interesante reflexión, como siempre... para volver a verla!
ResponderEliminarSigue así!!